miércoles, 15 de octubre de 2008

En la playa infinita del tiempo


Todos los grandes físicos contemporáneos, desde Albert Einstein a Stephen Hawking, coinciden en que no existiría el tiempo sin la aparición previa del Universo. Por lo tanto, antes de la creación del Universo no existía nada, ni siquiera el tiempo.

Pero la nada es difícilmente concebible. Resulta imposible entender cómo ha surgido la materia de esa nada. Por eso, los filósofos griegos como Parménides creían que el ser era eterno e inmutable, siempre igual a sí mismo en contraposición a ese vacío que es la nada. Si Einstein estaba en lo cierto, el tiempo es consustancial al ser. Marca el comienzo y el final no sólo de las galaxias y las estrellas sino también de los seres humanos que habitamos en el planeta.

La única diferencia es la escala temporal: una estrella existe durante cientos o miles de millones de años, mientras que el lapso de una vida humana es mucho más pequeño. Los científicos sostienen que nuestras células contienen un reloj biológico que determina la duración de la vida.
Todos los seres vivos nacen con una fecha de caducidad que está inscrita en su herencia genética. Estamos, pues, encadenados al puro devenir ya que, como señalaba Kant, el tiempo es una estructura en la que encajamos la percepción de las cosas.

Pero esa percepción está distorsionada por la propia finitud. Sabemos cómo es el mundo en estos momentos y si miramos atrás podemos ampliar la perspectiva a unos pocos siglos, a eso que llamamos la Historia. Pero ello sólo representa una infinitésima parte del tiempo, que, aunque limitado, es inconcebiblemente grande para nuestros sentidos.

Podemos imaginar cómo será el mundo dentro de 50 años, pero no tenemos ni idea de cómo será dentro de 50.000 años, que es un periodo corto en relación a la edad del planeta en el que habitamos.

Por tanto, la perspectiva temporal nos limita extraordinariamente para comprender la realidad que nos rodea y responder a los grandes interrogantes sobre la materia y la vida que el ser humano se plantea desde hace muchos siglos.

Estas reflexiones nos conducen inevitablemente al pesimismo en la medida que tomamos conciencia de que nuestra existencia es como un breve rayo que brilla durante unos instantes en el firmamento.

No somos más que eso y ello debería ayudarnos, paradójicamente, a vivir con menos ansiedad, en la medida que estamos condenados a difuminarnos en el tiempo como los granos de arena en una playa infinita


Pedro G. Cuartango
sobre la vertical de "El Mundo"
en otro buchito "robao" al Otoño madrileño

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