lunes, 5 de mayo de 2008

El amor que nos cura

"Solo es necesario querer y seguirnos los pasos"


Cuando una mujer queda conmocionada porque un hombre, al que no conoce, le llega a lo más hondo, trata de calmar su emoción aumentando los pequeños gestos dirigidos a su propia persona: se estira la falda, se acomoda el cabello, levanta la barbilla, abomba el busto y retiene una sonrisa. Sin embargo, con ese mismo movimiento centrado en ella misma, también deja escapar sutiles señales de llamada.

No se da cuenta de que le mira intensa a hurtadillas, de que fugaz alza sus cejas, de que acentúa el pliegue de sus ojos, insinúa un mohín con todo el rostro, de que pone la mano ante su boca, y de que dibuja con su cuerpo emocionado una forma geométrica que hace saber al hombre que aceptará encantada sus primeras palabras.

El hombre percibe estas señales, es consciente que se están produciendo, pero no sabe por qué lo sabe. Aquí arranca la inconsciencia de la emoción.

Solo la observación etológica podrá explicarle que la emoción que ha provocado en ella se traduce en una enérgica llamada. Las pupilas de ella se han dilatado, lo que da a su mirada un aspecto cálido que él percibe con suma claridad.

Los machos, más sensibles a las imágenes, reciben estas señales corporales y responden a ellas mediante verbalizaciones y comportamientos de acercamiento, mientras que las hembras, más sensibles al tacto, viven las primeras palabras como una caricia verbal. El cómo de la palabra masculina es más importante que lo que ésta diga.

Por regla general, la mujer es la primera en tocar, pero no lo hace más que en las zonas socialmente aceptadas.

Al hablar, descuidadamente, deja reposar la punta de sus dedos sobre el antebrazo del hombre. Cuando éste se despide, ella deja laguidecer su mano en la de él. Cuando vuelven a encontrarse, ella simula limpiar con su mano la chaqueta varonil en un minúsculo gesto que finge maternal. Ella le roza con su vestido y, en una habitación abarrotada, sus senos, por casualidad, vienen a apoyarse sobre el brazo del pretendiente, empujado por la muchedumbre. Todos estos pequeños contactos significan que ella da al hombre autorización para avanzar, para tocarla en otros sitios, en partes del cuerpo, y del alma, reservadas a relaciones de una mayor confianza. Más íntimas para íntimos.

El encuentro amoroso no es tan casual como parece. El azar no interviene más que en un conjunto muy pequeño de significantes, como si los enamorados dijeran: “Aquel con quien yo me relaciono lleva en él algo que dialoga con mi alma. Su cuerpo evidencia señales que llegan a lo más profundo de mi ser, porque mi historia me ha vuelto sensible a ellas; él habla mucho mejor conmigo que los otros. Con él, seré capaz de enseñar más yo y recibiré un mayor placer del descubrimiento de mi, de él, de ambos”.

El primer amor es una segunda oportunidad.

Los pequeños arqueros del amor sólo apuntan
a aquellos que se ofrecen como diana.


Boris Cyrulnik
(+ restyling)

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